De tripas corazón
De los fantasmas no se habla porque aquello que no se menciona no existe. Desde que el viejo patrón fuera enterrado su nombre pasó al más absoluto de los ostracismos. Sin apenas duelo y la ausencia de mujeres en la familia que guardaran luto por él quedó reducida su partida al otro mundo a la habitación donde dormía, con todas sus cosas guardadas bajo llave y las ventanas cerradas a cal y canto. Las primeras noches no hubo un alma que encontrase descanso en la casona; entre golpes y llantos bañados en alcohol su hijo se despidió de él a su manera, con un visceral reproche por la falta de afecto, la vida regalada y consentida. Lleno de odio hacia quien supo hacerse respetar por todos menos por su propio hijo, hacia un padre del que jamás había recibido un beso o una caricia. Así le despidió: sin afectos y con furia. La cuarta noche, borracho y delirante a partes iguales, rompió el retrato de su padre que presidía la chimenea del salón de invierno y lloró enco