Diarios fugaces: "De brujas, setas y petricor"
“Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…” Se nubla esta tarde de septiembre y la gente que transita por mi calle mira al cielo preguntándose cuándo estallará la tan esperada tormenta. ¿Dirigen al cielo solo la mirada o quizá también sus súplicas? Las mascarillas no permiten ver los rictus, sino apenas las miradas que acompañan el paso acelerado. En el horizonte más cercano los rayos centellean y el viento se anima, enfurece. La tensión crece, se nota en el ambiente, como una pelea dialéctica en la que el volumen va alcanzando cotas cada vez más altas. Mi casa se ha convertido en un amago de tornado que amenaza con portazos y restallar de ventanas. Y mientras me aconsejo que debería cerrarlo todo para evitar la rotura de algún cristal… me descubro hipnotizada en el centro del salón con los ojos cerrados, los brazos en cruz y el impulso de girar y danzar. La piel de piernas y brazos sensibilizada, las fosas nasales colmadas del olor que arrastra la tormen