Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2020

Diarios fugaces: "De brujas, setas y petricor"

Imagen
      “Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…”  Se nubla esta tarde de septiembre y  la gente que transita por mi calle mira al cielo preguntándose cuándo estallará la tan esperada tormenta.  ¿Dirigen al cielo solo la mirada o quizá también sus súplicas?  Las mascarillas no permiten ver los rictus, sino apenas las miradas que acompañan el paso acelerado.    En el horizonte más cercano los rayos centellean y el viento se anima, enfurece.  La tensión crece, se nota en el ambiente, como una pelea dialéctica en la que el volumen va alcanzando cotas cada vez más altas.   Mi casa se ha convertido en un amago de tornado que amenaza con portazos y restallar de ventanas.  Y mientras me aconsejo que debería cerrarlo todo para evitar la rotura de algún cristal… me descubro hipnotizada en el centro del salón con los ojos cerrados, los brazos en cruz y el impulso de girar y danzar.  La piel de piernas y brazos sensibilizada, las fosas nasales colmadas del olor que arrastra la tormen

Diarios fugaces: "Flores invertidas"

Imagen
    Si se adentra el viajero por la Puerta de San Francisco el abrazo de la ciudad antigua se vuelve más estrecho y,  a poco que se deje llevar, podrá disfrutar de un agradable paseo.  Los lugares son lo que nos trasmiten y de nosotros depende la labor de hilvanar cada uno de ellos con recuerdos.  Hacía días que no paseaba por la parte antigua y echaba de menos “esa Coria”, la que transcurre desde otra perspectiva muralla adentro.   Escribía Clarín al inicio de La Regenta: “(…) Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica”.  Y aunque en realidad se refiera a Oviedo, a finales del siglo XIX,  y salvando las distancias, no hay gran diferencia con un domingo cualquiera, en Coria, supongamos que en un septiembre ya postrero.    La Cava es silenciosa.  A veces

Diarios fugaces: "La casa de los espíritus"

Imagen
        ¿Dónde esconderá las tabletas de chocolate?  Tardamos años en descubrirlo, justo los que se tomó hasta alcanzar la confianza suficiente como para dejarnos ir solos al baño.  Allí, justo antes de entrar, en una “cantaera” encalada, tras una cortina de tela de cuadros vichy se nos apareció el mayor de los tesoros: las tabletas de chocolate con almendras con las que solía endulzarnos las forzadas visitas tras los pasos de mi madre.      No recuerdo haberla visto con ropa que no fuera de color negro.  Siempre me pareció que ya era mayor, ligeramente encorvada hacia delante, ¿o son imaginaciones mías?  El pelo blanco y unas ojeras que le imprimían una mayor seriedad a su carácter, ya de por sí esquivo, con tendencia a las regañinas y las prohibiciones.  Más allá del baño era territorio inexplorable, excepto las escaleras que nacían a la izquierda y daban acceso a la segunda planta: un doble de madera y adobe sembrado de habitaciones vacías y recovecos por el que solo podíamos

Diarios fugaces: "Cicatrices"

Imagen
             Nada ha cambiado, aparentemente.  Encinas longevas y alcornoques recién descorchados flanquean ambos lados de la carretera.  Las jaras se aferran a la tierra marchita y no me resisto a bajar la ventanilla para que el aroma de su resina me alcance.    Avanzo con la sensación de seguir en casa, en lo cotidiano.  Entonces aparecen las primeras fachadas con un sutil acento colonial, o azulejos de característica cerámica.  Sin duda son los adoquines los que confirman el paso al otro lado.  La Raya es esa tierra de todos en la que tanto vale un “obrigado” como un “gracias”, un bacalao dorado como unas migas y una “bica” es la excusa perfecta para sentarse a ver la vida pasar.   De Portugal a Extremadura, de Extremadura a Portugal.   La Raya es una línea de antiguos pasos fronterizos.  Cicatrices diluidas con el paso del tiempo que siguen evidenciando su utilidad de antaño.  Señales, banderas, garitas y un macabro exceso de iluminación nocturna que desvela una imagen basta

Diarios fugaces: "Ventanas"

Imagen
    Las tardes se deslizan con una menor pausa, más ágiles, como los versos que aprendemos de pequeños y se dicen de carrerilla.   Los días eternos de luz y calor quedan, con cada puesta de sol, un paso más lejos.  Una hoja más en la agenda o una menos, según como se mire, otro verano al que hemos vencido y un nuevo curso escolar que nada tiene que ver con todos los que hayamos vivido.  La temperatura aún nos obliga a cerrar las casas a “cal y canto” durante la siesta, las persianas bajadas sumiéndonos en una penumbra que adormece y atonta.  Y cuando los últimos reflejos del Sol se pierden en la perspectiva, solo entonces, despierta mi casa del letargo.   Lo hace llenándose de esa nueva brisa que refresca, de una luz que ronda el horizonte y no deslumbra, más tibia.   Pero sin lugar a dudas recupera el pulso desde el patio de vecinos, ese espacio compartido que no es más que aire y al que vierten una veintena de ventanas relatos dispares.   Como la adolescente que vive en el baj

Diarios fugaces: "Tierra mojada"

Imagen
       Muy pocos, casi inexistentes, son los recuerdos lúdicos que permanecen en mi memoria al mirar hacia atrás en el ocaso de este verano del 20.  Entre esos pocos queda la semana que, buscando un respiro del calor perverso que nos regala esta tierra de Extremadura, nos fuimos a Asturias, en un curioso paralelismo de lo rural, de la naturaleza en estado puro, de la tradiciones enraizadas en sus pueblos… pero sin un sol de justicia que te persigue desde temprano como en un intento de sorberte hasta la última gota de agua que pueda exhalar tu piel.  Y al bajar del coche nos abraza un fresco inusual para el mes de julio, verde y húmedo, revelándonos una vida pausada y menos exigente en la que apetece pasear a cualquier hora del día, huele a hierba fresca e invita a arroparse por las noches en la cama.     El placer de las pequeñas cosas ha residido, además de en su alocada compañía  y en la indiscutible belleza de cada pueblo o la inmensidad de los Picos de Europa, en desperta