Diarios fugaces: "Cicatrices"

   
    
    Nada ha cambiado, aparentemente.  Encinas longevas y alcornoques recién descorchados flanquean ambos lados de la carretera.  Las jaras se aferran a la tierra marchita y no me resisto a bajar la ventanilla para que el aroma de su resina me alcance.    Avanzo con la sensación de seguir en casa, en lo cotidiano.  Entonces aparecen las primeras fachadas con un sutil acento colonial, o azulejos de característica cerámica.  Sin duda son los adoquines los que confirman el paso al otro lado. 
La Raya es esa tierra de todos en la que tanto vale un “obrigado” como un “gracias”, un bacalao dorado como unas migas y una “bica” es la excusa perfecta para sentarse a ver la vida pasar.   De Portugal a Extremadura, de Extremadura a Portugal.   La Raya es una línea de antiguos pasos fronterizos.  Cicatrices diluidas con el paso del tiempo que siguen evidenciando su utilidad de antaño.  Señales, banderas, garitas y un macabro exceso de iluminación nocturna que desvela una imagen bastante precisa de las labores de registro y control llevadas a cabo.  
  Hay lugares que aunque dejen de ser lo que fueron nunca pierden su esencia, como las casas encantadas, he de suponer, porque no conozco ninguna.  O los viejos hospitales de eternos pasillos y techos elevados que ahora, abandonados y tétricos, serían el escenario perfecto de una película de terror.   ¿Se puede leer a Lorca e ignorar la vergüenza del fascismo?   Lo he intentado, pero no sé. 
  En La Raya también hay cicatrices que no se ven y son las que más vida han tenido. Esas que no estaban iluminadas sino por noches de luna llena, un candil que parpadea dos veces, marcadas entre jaras y encinas, arroyos y regueros de agua, silbidos a un lado y a otro para señalar el puesto, por la incertidumbre, la falsa promesa de ésta y ni una más.  La Guerra Civil y el hambre que trajo y la maldita necesidad.  Kilos a la espalda y a echarse a andar.  Café y azúcar, patatas, bolas de alcanfor, jabón…  Que me pongo en la piel de aquellas mujeres y cada noche en vela esperando que al amanecer se abriera la puerta me parece una eternidad.
  El coche sigue el trazado de la carretera y el “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin me acompaña, quizá un poco más alto de lo normal.  Pienso en Dulce Pontes y por un segundo me planteo seguir el camino con ella.  Pero hoy no que, a veces, solo a veces, cuando la escucho me dan ganas de llorar. 

                                                                                              R. Elena Molano Gil.

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