Diarios fugaces: "Flores invertidas"


    Si se adentra el viajero por la Puerta de San Francisco el abrazo de la ciudad antigua se vuelve más estrecho y,  a poco que se deje llevar, podrá disfrutar de un agradable paseo.  Los lugares son lo que nos trasmiten y de nosotros depende la labor de hilvanar cada uno de ellos con recuerdos.  Hacía días que no paseaba por la parte antigua y echaba de menos “esa Coria”, la que transcurre desde otra perspectiva muralla adentro.  

Escribía Clarín al inicio de La Regenta: “(…) Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica”.  Y aunque en realidad se refiera a Oviedo, a finales del siglo XIX,  y salvando las distancias, no hay gran diferencia con un domingo cualquiera, en Coria, supongamos que en un septiembre ya postrero. 
  La Cava es silenciosa.  A veces, los acordes de un piano me dan la bienvenida y me detengo en la ventana desde donde parecen brotar.  Sí, me acuerdo, justo aquí enfrente antes olía a leche y no era extraño el ir y venir de gente a por su ración diaria en una lechera de zinc.   Camino.   Los nombres de las calles son una huella del pasado, su amplitud o estrechez, las rejas y ventanas, los dinteles de piedra con inscripciones: Calle del Rey, calle del Cuerno, Rejas, Calle Oscura,  Sinagoga, Hilanderas.  Las campanas se escuchan con nitidez: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis...     Me gusta demorar el momento de  la llegada a la Plaza de la Catedral.  Calle de Las Monjas, Cuatro Calles, Alojería.  Y ahí está.  
  No me importará  volver sobre mis pasos para  buscar las cuatro puertas que daban acceso a la antigua villa medieval.  Descubrir, siempre, algún nuevo detalle, recordar quién vivía en esta o aquella casa, que los sentidos perciban lo que en otros muchos paseos ha pasado inadvertido.  Como ahora, que alejándome por la calle de la Yglesia un intenso olor a higueras e higos maduros se ha venido conmigo desde el mirador.  
¡Qué casualidad!  Ayer aprendí que los higos no son frutas, sino las flores de la higuera que, al crecer dentro de una vaina en forma de pera, maduran hasta convertirse en lo que conocemos como fruta del higo.  Preciosas flores invertidas de tonos rojizos…  La comparación se me antoja inevitable, como esta ciudad que tras su muralla embellece hacia dentro.  Camino.  
  Quién sabe, tal vez el próximo paseo sea  contigo.

                                                                                              R. Elena Molano Gil.


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