Diarios fugaces: "Tierra mojada"



   


   Muy pocos, casi inexistentes, son los recuerdos lúdicos que permanecen en mi memoria al mirar hacia atrás en el ocaso de este verano del 20.  Entre esos pocos queda la semana que, buscando un respiro del calor perverso que nos regala esta tierra de Extremadura, nos fuimos a Asturias, en un curioso paralelismo de lo rural, de la naturaleza en estado puro, de la tradiciones enraizadas en sus pueblos… pero sin un sol de justicia que te persigue desde temprano como en un intento de sorberte hasta la última gota de agua que pueda exhalar tu piel.  Y al bajar del coche nos abraza un fresco inusual para el mes de julio, verde y húmedo, revelándonos una vida pausada y menos exigente en la que apetece pasear a cualquier hora del día, huele a hierba fresca e invita a arroparse por las noches en la cama.  
  El placer de las pequeñas cosas ha residido, además de en su alocada compañía  y en la indiscutible belleza de cada pueblo o la inmensidad de los Picos de Europa, en despertarme cada mañana poco después de las siete y, tras respirar el aire fresco y fotografiar la niebla arremolinada en el paraje, mientras ella dormía aún hasta la hora del desayuno, sentarme junto al balconcillo a leer sin prisa y sin calor, entre minutos que discurren lentos, sin suspiros sofocados ni cantos de chicharras.   Huele a tierra mojada, la brisa balancea la cortina blanca que me acaricia las piernas y el fresco de las primeras horas del día me eriza la piel de forma tan placentera que no imagino otro lugar más agradable que esta habitación de hotel, con sus vigas de madera, pequeño y rural, alejado de ruidos que no sean cencerros o cantos de aves y su respiración pausada de sueño profundo.   Nada me distrae de la lectura en la que Inma Chacón me mantiene atrapada con su “Tierra sin hombres”, con los cinco sentidos ebrios de bienestar, sin ganas de romper con este momento mágico que me concede cada día. 
Hasta que la alarma que suena puntual a las 9:15 le empuja a asomar la cabeza y remolonear bajo las sábanas:
  -Buenos días mamá- me dice aún con los ojos cerrados-.  Necesito una mascarilla nueva para bajar a desayunar, nos quedan, ¿verdad?.
Y en un último intento por no alejarme de mi plácido presente respiro hondo hasta hartarme del olor a tierra mojada antes de volver a las mascarillas y a esta mal llamada “nueva realidad”. 

                                                                                R. Elena Molano Gil.


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