Diarios fugaces: "Ventanas"


    Las tardes se deslizan con una menor pausa, más ágiles, como los versos que aprendemos de pequeños y se dicen de carrerilla.   Los días eternos de luz y calor quedan, con cada puesta de sol, un paso más lejos.  Una hoja más en la agenda o una menos, según como se mire, otro verano al que hemos vencido y un nuevo curso escolar que nada tiene que ver con todos los que hayamos vivido.  La temperatura aún nos obliga a cerrar las casas a “cal y canto” durante la siesta, las persianas bajadas sumiéndonos en una penumbra que adormece y atonta.  Y cuando los últimos reflejos del Sol se pierden en la perspectiva, solo entonces, despierta mi casa del letargo.

  Lo hace llenándose de esa nueva brisa que refresca, de una luz que ronda el horizonte y no deslumbra, más tibia.   Pero sin lugar a dudas recupera el pulso desde el patio de vecinos, ese espacio compartido que no es más que aire y al que vierten una veintena de ventanas relatos dispares.   Como la adolescente que vive en el bajo y ha encontrado en su cuarto el escenario perfecto en el que reproducir, a voz en grito, las canciones de Rosalía.  Un gato maúlla agazapado en la ventana del tercero y no pierde de vista el ir y venir de las golondrinas que han anidado en la terracita deshabitada del cuarto.  Los abuelos del segundo se hablan con ternura pero a gritos, recordándole ella que mañana vendrán los nietos a comer y que apenas queda sandía en la nevera.   Y él le canturrea algo de uvas y vino, de aceitunas y aceite y de corazón para quererte…
Trato de averiguar quién ha frito hoy pimientos, a qué huele el suavizante con el que la joven del quinto lava la ropa de su bebé escrupulosamente tendida frente a mi ventana, junto a  la que escribo con música de Wim Mertens de fondo y que no acaba de acompasarse con la de Rosalía.  
  El aroma de pimientos fritos se intensifica e involuntariamente me despisto del teclado y me dejo llevar a un campo de pimientos, de surcos de tierra húmedos, una alberca en la  que croan ranas, ristras de pimientos, a regueras de agua.  Ayer, mientras hablaba con Bego, escuché  marcar la hora  en  las campanadas del reloj de la plaza.  Ese que se ve en Valverde de la Vera desde su ventana.  


R. Elena Molano Gil. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lo que perdimos

Heridas

Microrrelato X