La casa del arrayán


    El pasado 30 de junio de 2022 recibía el primer premio en el Certamen Hispano Luso "José Antonio de Saravia".   A la espera de que la Diputación de Badajoz lo publique dejo unas líneas, apenas el comienzo.  En breve podré compartirlo. 


 


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Se afanaba sobre el fuego removiendo con el cucharón, haciendo bailar los ajos y el pimiento rojo en el aceite de oliva para impedir que se quemaran; solo dorados, porque así el ajo no amarga.  El ritual de hacer las migas para el desayuno, cada día y siempre con la misma delicadeza, con manos ligeras.   Manejaba la pesada sartén con tanta facilidad, a pesar de ser tan pequeña,  que observarla se convertía en un verdadero espectáculo en el que todo parecía medido al detalle.   Cuando la cocina y el largo pasillo hacia el patio trasero estaban impregnados de los sugerentes aromas, entonces añadía los primeros puñados de pan sobre el aceite y removía con más brío para,  poco después, volcar el resto del pan y remover, y añadir su poco de agua, y remover, y otro poquito de agua, y remover,  y su pizca de sal, y remover hasta que el pan se ablandaba y crecía y también se doraba y embriagaba de lo bien que olía y del hambre que despertaba.   De  pan migado a navaja, sobre un cuenco de corcha que encajaba a la perfección sobre su regazo y en el que cada noche, con los últimos restos del candil y las ascuas de la chimenea se entretenía, eso decía ella, o se obligaba a adelantar la faena para el día siguiente.   Con el sol apenas despuntando acarreaba el resto de ingredientes y proporcionaba el primer sustento del día.   Así, decía, aprendió de su madre y de su abuela.  

  

  Cerró  los ojos y respiró hondo, tratando de traer a su memoria el aroma de las migas junto a los sonidos y el trajín de ella, siempre ella,  trasteando de fondo en la cocina.  La echaba tanto de menos.  A ella, a la vida a su lado.  Lo único que tenía con seguridad era  hambre y miedo, tanto que dolía y atemorizaba.  Interrumpió el rumbo de los pensamientos al escuchar un ligero movimiento a su espalda.   Se llevó la mano al bolsillo del pantalón donde una navaja era todo con lo que contaba para protegerse si fuera preciso, aunque dudaba de tener el valor suficiente para usarla contra un semejante.  No tuvo tiempo de reaccionar cuando un cuerpo pequeño y veloz pasó rozándole las piernas sorprendiéndole por la agilidad con la que le esquivó.  Distinguió a la liebre alejándose, zigzagueando en la huida.  Huir.  Huir como ese animal asustado que evita al zorro o al buitre.  Huir.

  Buscó en las alforjas unos higos secos y un puñado de bellotas dulces.  Desató el caballo y salió al camino dispuesto a dar alcance a las carretas que había visto pasar.  Si la frontera estaba cerca no tendría más que llegar hasta ella y buscar la forma de cruzarla.  Si quedaba camino por hacer al menos podrían informarle de dónde se encontraba y cómo hacerlo.   

Logró alcanzarlos sin esfuerzo en un repecho del camino a menos de una milla de donde los vio pasar.   Saludó a la mujer que manejaba la última carreta y se situó a la altura de los hombres con la reata de potros.

-        Buenos días-.  Los hombres se giraron hacia él y le devolvieron el saludo.

-        Una mañana fría- insistió con la intención de entablar conversación.

-        Peor ha sido la noche.  Ni el mismo diablo se habrá atrevido a pasarla al sereno- respondió uno de ellos sin perder de vista a los potrillos.

Unos instantes después conversaban amigablemente y caminaba junto a ellos con el paso acomodado al de sus nuevos compañeros. 

Venían desde uno de los últimos pueblos de la Vera, con siete días de camino a cuestas.  Su intención era llegar a Portugal a una conocida feria de ganado en Castelo Branco en la que vender los animales.  Conocían el camino y las penurias porque todos los años viajaban con lo mejor de su modesta producción ganadera.  Las ventas estaban garantizadas y Hernán pensó que realmente debía rentar, a buena cuenta del largo viaje.     Los cuatro hombres eran hermanos y uno de ellos estaba casado.

 

-        La mujer y el muchacho son míos.  Bien creo que este año mejor habrían hecho quedándose en casa.  Nunca hemos pasado tanto frío como esta vez.  La noche ha sido de perros-.

Vestían con zamarras de buena lana merina y zajones de cuero.  Las alforjas y aparejos se veían cuidados y  le brindaron conversación y buenos modales.   

A medida que avanzaban fue considerando la necesidad de  hilvanar su propia historia, la que le acompañaría durante su andadura y a la que debería ceñirse sin dar otras cuentas.   Averiguó que pasando la rivera que corría junto al camino se encontrarían a una hora de la frontera con Portugal y que de allí a Castelo Branco echarían, con suerte, día y medio de viaje.  

 

   Según fue despertando el sol les brindó una tibieza que agradecieron, aunque no dejaron de sentir la brisa helada desde el norte ni prescindieron de sus prendas de abrigo.  Alcanzaron el puente de piedra que cruzaba la rivera poco antes de las once, donde por primera vez se cruzaron con otros viajeros, y al otro lado Hernán distinguió una posada con su chimenea humeante y una diligencia parada  a la puerta.  Era una vivienda de dos plantas con buen lustre, contraventanas de madera y la fachada limpia.  Dos establos anejos y rediles para cobijar ganado, un pozo a pocos metros del portalón de entrada y varios caballos atados a un poste paralelo a la fachada y tan largo como ésta.   A un silbido del hombre que manejaba la primera carreta cargada con ovejas siguieron sus pasos para rebasar el puente, saliéndose del camino en dirección a la posada. 

Cayó entonces en la cuenta de lo distraído que viajaba entretenido con la conversación y el relato de las anécdotas que los ganaderos acumulaban en los muchos días de viaje cuando la posada le recordó que él huía y que dejarse ver por lugares concurridos y frecuentados por la Guardia  Civil o los carabineros podría dar al traste con sus planes..."


                                                                                                                                        R. Elena Molano Gil   

                                                                                                                       (Propiedad Intelectual Registrada)




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